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Los cambios silenciosos

  • contactoreij
  • 9 sept 2020
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 20 sept 2020

Matías Silva.

Estudiante de Derecho UC, cuarto año.

Hace unos días tuve una conversación con un profesor, en la que él me expuso que algunos de sus conocidos en la profesión preferirían que los edificios del Poder Judicial público (en esto incluyo tribunales ordinarios, Corte de Apelaciones, Corte Suprema) se desplazaran al sector el Golf o sus cercanías.


Esto tiene mucho sentido para ellos, pues ahí es donde ellos viven y trabajan, es ahí donde se ubica el Derecho Privado en su expresión más potente: las grandes firmas que ven asuntos de índole civil y comercial. Estas están en los pisos más altos de edificios de un celeste creado por vidrios modernos, decorados con artes abstractos y aires acondicionados. El moverse desde ahí o desde sus hogares semanal o diariamente a un lugar tan lleno de gente, grafitis, negocios ambulantes y gritos, no suena como algo cómodo, por lo que sería de lo más natural el que se alegraren de que los edificios queden cerca de ellos. Punto aparte, aumentaría la eficacia de sus trabajos.


Vengo a proponer que limitarnos a pensamientos como este, inmediatos y “naturales” son parte del motivo por el que estamos en la situación actual.


Los edificios del Poder Judicial Público han estado ahí por mucho tiempo, ello se refleja en el diseño con el que lucen y embellecen el sector del centro de Santiago, fueron hechos en una era en la que la elite económica e intelectual de Chile vivía ahí. Ellos construyeron cerca de donde vivían. Ahí está la Moneda, la Contraloría, la Corte Suprema, el Museo Nacional de Bellas Artes. El sentido de República Clásica que quiso darle la élite deja rastro hasta el día de hoy, pero la gente que camina esas calles es otra. Camina gente de toda índole, abogados en sus trajes, vendedores ambulantes, mendigos y líderes de bancos. La gente común consiguió la victoria de disfrutar las calles y plazas que la élite pasada se dejó para sí.


Sin que nadie lo planeara, por mero mover de la urbe de Santiago, se logró algo bueno: la gente puede acercarse al poder que les rige. Los poderes del Estado no se ven, al menos en el punto físico, como un castillo feudal que gobierna sobre un pueblo que está debajo de la colina, sino que la gente puede, con menor dificultad que anteriormente, acercarse a los distintos poderes, preguntar o exigir todo ello que requiera.


Si tenemos esto en cuenta, lo mencionado al principio adquiere un aspecto más sombrío, aquello que al inicio tenía solo una lógica de conveniencia adquiere otro tono. El mover la ubicación física de ciertos poderes del Estado es también, inconscientemente, alejar el poder de la gente en menor situación económica, entrega a la población una aclaración (y para los cínicos una demostración intencionada) de donde realmente se ubica el poder. Sería un hito que disminuiría el uso de un punto de encuentro entre personas de diferente situación económica, por lo que se aportaría a pronunciar una brecha entre “los poderosos y los no poderosos”, lo cual nunca es sano en una república democrática.


Me atrevo a decir que los conocidos de mi profesor, o al menos la gran mayoría, no tenían esto en mente al señalar que les gustaría que los lugares que deben visitar por trabajo se acercaran a sus hogares. Esa frase es evidencia de algo que tenemos todos, deseos que benefician a uno personalmente, los cuales uno incluso puede poner desde un ángulo positivo: “no solo me conviene, sino que a los demás, porque las sentencias se harían más rápido”. Ellos creen que es algo bueno, pues les beneficia a ellos y a aquellos que les rodean. El mal que crean es uno más abstracto, y, por lo tanto, invisible a los ojos de quien vive el día a día.


Manteniendo el ejemplo, lo que proponen los conocidos de mi profesor es algo solamente negativo para la gente que no vive cerca del Golf, pues les obliga a aumentar su esfuerzo para estar cerca de las instituciones poderosas. No es mucha la gente que alegaría el que el Poder Judicial se mueva de lugar. No sería ello en sí el inicio de una revolución, la gente se adaptaría, lo toleraría. Sin embargo, sería un aporte a aumentar la brecha, ya que aumentaría la separación de dos grupos de personas, lo cual de manera natural y discreta crea modos de vivir que, al no estar obligados a convivir, se diferencian entre sí en su visión de la realidad, y por lo tanto metas y comportamientos.


La mentalidad que toma decisiones basada en la satisfacción propia, que suele ser la satisfacción de aquellos que son similares a mí, pues se comparten necesidades, es una que se mantiene y toma decisiones futuras que aportan a separar la brecha entre la gente, pues cada grupo, al pensar en sí mismo, ignora la formación de otro grupo que también está pensando en sí, pero apuntando a otro lado, distanciándose, ya sea en cosas pequeñas como modismos, o en cosas grandes como cuáles son los valores fundamentales. Cuando la brecha (que no olvidemos, es también formada por el alejarnos del otro) es una muy grande, es mayor el nivel de esfuerzo necesario para entender la mentalidad de aquel que está al otro lado, cada vez se vuelve más en “el otro”, cada vez es mayor la facilidad con la que se le puede alienar, pues sus comportamientos, que son la suma de decisiones, se ven incomprensibles si no me afectan, y malvadas si es que lo hacen. Como dije anteriormente, la gente no cree actuar basados en maldad al tomar decisiones que creen que les convienen, es más, actúan creyendo que es un bien, pues les conviene a aquellos con los que convive. En una situación así, una crítica es algo complicado, pues los presentes son parte de mundos distintos, debido a que desconocen al otro, motivo por el cual, en el mundo en que cada uno piensa en su propio beneficio, las decisiones del otro, debido al choque cultural, parecen o locuras o maldades. Esto se evidencia en casos extremos, como un turista oyendo de las costumbres de una tribu indígena milenaria, o un estudiante moderno oyendo las castas costumbres de las damas victorianas.


En Chile ha habido muchos años en que distintos sectores han estado en poco contacto, lo que ha generado que Chile sea, al mismo tiempo, países diferentes. Pese a que todos dicen apuntar al bien, como tenían versiones distintas de lo que esto es, ven en el actuar ajeno solo algo negativo. En situaciones como esta, de grandes brechas, de grupos claros, en que hay un “el otro” tan distinto a mí con el que estoy obligado a convivir, un estallido de ira era algo inevitable, aunque imposible de predecir.


No solo se crea este problema, sino que su solución es complicada. Es casi imposible recibir una crítica a un comportamiento que uno tiene incorporado como bueno, pues en tal caso rechazar la crítica y de donde esta se origina es mucho más sencillo que replantear toda una forma de vida desde un ángulo que ha sido ajeno a la persona y a su grupo cercano. Los partícipes de esta discusión no solo no comparten el cómo avanzar, sino que en algunos casos no se comparte el a dónde se debe avanzar, lo que es crítico para una comunidad, su unión respecto a un fin.


He aquí lo que considero el punto clave, toda persona, al actuar, debe recordar el tomar en cuenta factores que la rutina y el estar inmerso solo en un ambiente le hacen olvidar. Vivimos el día a día pensando en nuestro interés inmediato, que es similar o igual al interés de aquellos parecidos a uno, esto no es reprochable, es algo normal que compartimos, la exigencia está en el dar un paso posterior, el pensar en lo ajeno, ya que, si no pensamos en lo ajeno, que siempre existirá, hacemos que este aumente, ya que en nuestras acciones de satisfacción propia crearemos repercusiones sin saber el mundo que estamos formando para aquellos distintos de nosotros.

Esto trasciende propuestas políticas, y trasciende responsabilidad de un cierto sector. Es un llamado general a una tarea constante y agotadora que es pensar las cosas desde un ángulo que sea distinto al que uno cae instintivamente. Pensar en cómo afecta lo que decido a aquellos distintos de mi requiere pensar en intereses de alguien que no entiendo de inmediato.


Hay algo que debo dejar en claro, aquello que anteriormente exprese, tal mentalidad ejemplificada en los deseos de algunos pocos miembros de un sector económico, es algo que a todos nos sucede en alguna medida. Un caso que demuestra esto es aquel en el que casi todos los humanos participamos: aumentar la brecha entre el ser humano y la Naturaleza. Poco a poco hemos tomado conciencia de esto, ¿cuántas son las noticias de especies en peligro de extinción? Documentales sobre la caza de ballenas, osos polares nadando sin encontrar un lugar de descanso. ¿Y que tanto ha disminuido nuestro consumo material? Debo admitir que al menos personalmente: poco, y a veces sólo por obligación de alguna ley o de algún familiar más ecologista.


Es esta mentalidad que señalo anteriormente la que nos invita a olvidar efectos callados de los que hacemos, nos distrae de algo que momentáneamente volvemos a recordar: Lo que hacemos importa mucho más de lo que creemos.


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